Katherine Mansfield
(Kathleen Beauchamp; Wellington, 1888 - Fontainebleau, 1923) Narradora neozelandesa que cultivó la novela corta y el cuento breve, convirtiéndose en una de las autoras más representativas del género. A pesar de pertenecer cronológicamente al grupo constituido por J. Joyce, D. H. Lawrence, E. M. Foster y V. Woolf, quienes liquidaron el conformismo victoriano sobre las pautas trazadas por el Lord Jim de J. Conrad, Mansfield representa un caso aparte en la literatura anglosajona de la época, pues como el ruso A. Chéjov supo captar la sutileza del comportamiento humano.
Pasó la mayor parte de su infancia en Yarori, pequeña ciudad situada no lejos de Wellington, y a los catorce años fue enviada a Inglaterra, donde frecuentó el Queen's College de Londres. Luego volvió, en 1906, a Nueva Zelanda. Ya cuando niña empezó a manifestar un talento vivo y la conciencia de una libertad moral que habían de imprimir en su obra narrativa el sello de una profunda originalidad.
Después de haber permanecido en el hogar durante dos años, obtuvo de su padre una modesta asignación que le permitió residir de nuevo en Londres, siquiera pobremente. En 1909 contrajo matrimonio con George Bowden, de quien muy pronto se divorciaría, y dos años más tarde publicó su primer libro de narraciones, In a German Pension (1911), revelador de una personalidad compleja y de difícil definición, así como de un estilo original en el que se advierten acusadas influencias de Chejov.
Las sucesivas colecciones de cuentos, Felicidad (1921), Garden-Party (1922), La casa de muñecas (1922) y El nido de palomas y otros cuentos (1923), la impusieron rápidamente a la atención de la crítica y del público como uno de los mayores talentos narrativos de la época. En 1918 se unió al célebre crítico inglés John Middleton Murry, que escribiría una de sus más cariñosas biografías (1949); sin embargo, este vínculo resultó asimismo tempestuoso, y conoció frecuentes y prolongadas separaciones.
Junto a John permaneció Mansfield hasta el final en Francia, donde su nombre llegó pronto a ser famoso en los círculos literarios, sobre todo por su amistad con F. Careo; y bajo el sol meridional buscó remedio a la tuberculosis, que, no obstante, a los treinta y cinco años, en el apogeo de la madurez artística, truncaría su existencia.
Se ha dicho que, como ocurrió con Keats, la sutil dolencia puede considerarse una de las razones de su particular visión del mundo, dominada por una sensibilidad finísima que la inclina a entregarse con todas sus fuerzas al instante presente, que la escritora analiza con una vigilancia y una seguridad extremadas. Ello dio a su Diario (1933) y a sus cartas (The Letters of K. M., 1934), textos publicados póstumos, y también a su poesía y a su obra narrativa, el carácter singular fruto de una compleja e interesantísima personalidad de mujer y escritora.
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